En 2015, Jaime Aguareles aterrizó en la Fundación AMÁS con una intención sencilla pero poderosa: la de ayudar. Lo que comenzó con una colaboración puntual en el equipo de baloncesto del grupo de Ocio se convirtió en una experiencia vital de diez años marcada por el compromiso, el aprendizaje y el afecto mutuo.
Cada semana, Jaime ha estado presente en la cancha de baloncesto, compartiendo entrenamientos, risas y vínculos con todas las personas. Su presencia semanal ha dejado huella en quienes han compartido con él el balón, y también en él mismo. Para Jaime, ser voluntario significa estar, acompañar y dejarse transformar.
De la empresa al compromiso social
La historia de Jaime con la acción voluntaria no comienza en la Fundación AMÁS, sino mucho antes. Su trayectoria profesional en Alcatel, empresa vinculada a ADFYPSE desde sus orígenes, hace casi medio siglo, le permitió tomar conciencia del valor de implicarse en causas sociales. Fue precisamente allí donde nació su sensibilidad hacia el activismo social.
Esa conciencia sigue viva hoy. Jaime expresa y comparte su preocupación y frustración ante la falta de reacción frente a “el genocidio y la violencia sistémica que hay contra la población de Gaza”. Esa violencia de la que no escapa tampoco la población gazatí con discapacidad que se enfrenta una vulnerabilidad todavía mayor.
Según un informe del Comité de Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, el conflicto deja, además, a más de 20.000 niños y niñas con una discapacidad que será permanente para al menos una cuarta parte de ellos. “Vivimos en un mundo cada vez más individualista” reflexiona Jaime. “Tratar de echar una mano para que las personas puedan tener una vida mejor es lo que nos caracteriza como seres humanos. Todos tendríamos que ser así, sin esperar nada a cambio”.
Para él, ayudar no es un acto de recompensa, sino de coherencia con los valores que nos definen como seres humanos. Esta convicción lo llevó a buscar un espacio donde pudiera canalizar ese compromiso social que le movía. La Fundación AMÁS se convirtió, precisamente, en ese espacio.
Aquí encontró un lugar donde su implicación con las causas sociales tenia sentido, donde cada gesto contaba y donde podía aportar desde su experiencia personal y profesional.
Primeros pasos entre miradas curiosas
Jaime recuerda con mucho cariño aquellos primeros días en los que se encontró rodeado de caras jóvenes y monitores que, en muchos casos, le doblaban la edad. “El recibimiento fue fabuloso. Me animaron a colaborar y hacer sugerencias para los entrenamientos. Desde el primer día me lo pusieron muy fácil”, recuerda con gratitud.
Esa bienvenida tan cálida le permitió integrarse rápidamente en el equipo, aportar desde su experiencia y empezar a construir relaciones basadas en el respeto mutuo y la confianza. Los profesionales que le acompañaban le acogieron como uno más y, desde entonces, su presencia se ha convertido en un pilar dentro del grupo.
“Todos tendríamos que ser así, sin esperar nada a cambio”
Jaime Aguareles, voluntario en Fundación Amás
El deporte como espacio de encuentro emocional
Para Jaime, el baloncesto es mucho más que un deporte. Ha sido el puente que le ha permitido conectar con valores como el respeto, la empatía, la paciencia y el cariño. Para Jaime, como confiesa, “lo que más me llena es el cariño que te transmiten estos chavales”.
Ese bonito afecto, que se manifiesta en gestos cotidianos como un abrazo inesperado tras faltar a un entrenamiento, es lo que más le ha marcado. “Créeme que estos gestos llenan mucho. Son experiencias muy bonitas y beneficiosas”, añade con emoción.
Más allá de los resultados deportivos, lo que realmente importa para Jaime es la conexión emocional que ha generado en este tiempo. El baloncesto ha sido el escenario donde ha aprendido a mirar con otros ojos y a descubrir que el verdadero valor de una actividad está en las personas que la hacen posible.
Una nueva forma de mirar
La experiencia como voluntario le ha transformado profundamente. “He aprendido a exigir a las personas en función de sus posibilidades. En algún momento de la vida te das cuenta que no puedes pedir lo mismo a unos y a otros”, reflexiona. Este aprendizaje le ha permitido desarrollar una mirada más empática y más consciente de las diferencias individuales de cada uno.
Jaime ha entendido que cada persona tiene su ritmo, sus capacidades y sus formas de avanzar. Y que el verdadero acompañamiento consiste en respetar todo eso y en acompañar sin juzgar. Ser voluntario en la Fundación AMÁS también le ha enseñado que el valor de una persona no está en lo que logra, sino en cómo lo logra.
Esta “transformación”, silenciosa pero profunda, es uno de los mayores regalos que ha recibido en estos diez años de voluntariado. “Animaría a cualquiera que tenga algo de tiempo a ser voluntario porque es una experiencia realmente valiosa”, expresa Jaime.
Cuando se le pregunta qué significa la Fundación AMÁS para él, Jaime no duda: “Es un ejemplo de activismo social que es imprescindible. Sin fundaciones como esta habría mucha gente que se quedaría descolgada”.
El voluntariado como experiencia vital
Jaime anima a otros a dar el paso. “Ser voluntario es una experiencia que te llena mucho”, asegura. Y lo explica con la calidad de quien lo ha vivido en carne propia: “El voluntario es algo que tu te apuntas, realizas un trabajo por el que aparentemente no tienes un beneficio económico, pero te aporta mucho otros beneficios de realizar ese trabajo por el que no esperas nada”.
Para Jaime, cada abrazo, cada sonrisa y cada gesto de afecto recibido en las canchas de baloncesto ha sido una confirmación de que el voluntariado es trasformador. No solo a quienes reciben, sino también a quienes dan. Y por eso, su mensaje es claro: “Con el voluntariado aprendes a valorar muchas cosas como ser humano”.
Desde la Fundación AMÁS, agradecemos profundamente su dedicación. Jaime es un ejemplo inspirador de como el compromiso puede convertirse en una forma de estar en el mundo.